martes, 5 de octubre de 2010

Reflexiones desde el cuerpo hacia el arte

Mariana del Mármol
Gisela Magri
Mariana L. Sáez

(Ponencia presentada en el II Congreso Internacional Artes en Cruce. Buenos Aires, 4, 5 y 6 de octubre de 2010)

En esta ponencia nos interesa compartir nuestra experiencia como integrantes de un espacio desde el cual nos proponemos trazar puentes entre el arte, las ciencias sociales y la filosofía. Formamos parte de un grupo conformado por mujeres estudiantes y graduadas en Antropología, Filosofía, Psicología, Biología, Danza Contemporánea, Danza Teatro, Expresión Corporal y Canto que compartimos el hecho de haber pasado por la Universidad y al mismo tiempo habernos dedicado al estudio y práctica de una o varias de las mencionadas disciplinas artísticas. Nos fuimos encontrando en una búsqueda compartida, guiada por el deseo de conocer/nos y la certeza de que una sola de esas vías no alcanzaba y todas por separado tampoco. Fue por ello que nos propusimos generar un espacio concreto en el cual poder tematizar los cruces y conexiones que veníamos transitando individualmente entre las ciencias sociales y el arte: un espacio donde la investigación, la creación y la experiencia no estuvieran separadas. Un espacio para reflexionar sobre el cuerpo, pero también, para crear nuevas maneras de decir con nuestro cuerpo-voz, y de ese modo construir puentes, que posibiliten la tarea de investigar desde y sobre la experiencia, de estetizar el conocimiento y de reflexionar acerca del arte.
Ya hace más de dos años que comenzamos a reunirnos como Grupo de Estudio sobre Cuerpo. En este tiempo hemos compartido lecturas y discusiones, hemos realizado trabajo de campo, hemos escrito juntas, hemos entrando en diálogo con otros grupos con intereses afines y, hace unos meses estamos empezando a bailar juntas. A la luz de esta experiencia, nos interesa reflexionar acerca de las posibilidades que brindan los cruces entre el lenguaje del arte y la investigación en ciencias sociales, el modo en que la ciencia y el arte, el cuerpo y la antropología, la experiencia y el conocimiento pueden integrarse en una trama productiva y creadora.
La experiencia personal, y en este caso la experiencia artística, siempre se ve inevitablemente imbricada en el trabajo académico. La articulación entre ambos mundos se nos aparece como punto desde el cual partir, como disparador y como mediatriz de nuestras prácticas/reflexiones, porque de todos modos, portamos el hábito de analizar y reflexionar aún fuera del ámbito académico, y no deja de ser así cuando nos encontramos en el ámbito artístico; pero también portamos nuestras experiencias corporales y estéticas cuando hacemos investigación.
Por otra parte, esta articulación se ve potenciada en el trabajo grupal interdisciplinario. El hecho de tener distintas experiencias, formaciones y trayectorias tanto académicas como artísticas, nos obliga constantemente a debatir, confrontar, discutir, repensar y redefinir nuestras prácticas y nuestros modos de pensarlas y abordarlas para poder trabajar juntas.
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Desde nuestros primeros encuentros se puso de manifiesto el sentimiento compartido de encontrarnos fragmentadas entre “dos mundos” entre los cuales deseábamos construir puentes, generar cruces. Para esto era necesario investigar la razón de la separación entre estos mundos: el mundo de la danza, el arte, el cuerpo y la experiencia sensible; y el mundo de la antropología, las ciencias sociales, la actividad académica y la experiencia intelectual.
Comenzamos por el cuerpo, intentando comprender el por qué de su tardío reconocimiento como objeto de estudio de las ciencias sociales y su aún más reciente reconocimiento como locus central para la investigación. Encontramos la respuesta en la larga tradición de dualismos que, a lo largo de la historia del pensamiento hegemónico en occidente, ha definido a los humanos como seres compuestos por una entidad material (el cuerpo) y una entidad inmaterial (el alma, la mente, el espíritu) siendo siempre esta última entidad (y nunca la corporalidad) la responsable de conferirles sus características exclusivamente humanas al diferenciarlos de los animales, confiriéndoles el intelecto y la capacidad de razonar y posibilitándole algún tipo de trascendencia a su efímera existencia.
Una vez en este punto, comprendimos que no debíamos ir muy lejos para encontrar el resto de las respuestas, dado que el dualismo desde el cual se ha definido al ser humano, es sólo una de las formas en las que se expresa el binarismo excluyente y jerarquizante que ha estructurado y estructura el pensamiento occidental. Es este binarismo, que ordena y jerarquiza todo lo que constituye nuestro mundo, el que opone lo material a lo inmaterial, el cuerpo al alma, lo sensible a lo inteligible, el arte a la ciencia, la pasión a la razón, subsumiendo, en todos los casos el primero al segundo de los términos mencionados.
De este modo, ha sido una constante dentro de la tradición hegemónica del pensamiento occidental, la desconfianza hacia el conocimiento de los sentidos y hacia todo conocimiento anclado en la corporalidad, así como el predominio y la sobrevaloración de lo inteligible que llevó a la construcción de la racionalidad imperante en base a la conceptualización y la abstracción.
Por nuestra parte, en gran medida debido a nuestras experiencias en relación al arte (y particularmente en relación a la danza y el canto), cada una de nosotras llegó al grupo con la intuición, que se fue convirtiendo en posicionamiento teórico, de que la experiencia corporal y el conocimiento sensible, no pueden ni deben dejarse de lado al hacer antropología. Fue por eso que elegimos comenzar a explorar una serie de autores que, desde momentos históricos y contextos teóricos distintos, denuncian, critican o problematizan los distintos dualismos que estructuran el pensamiento occidental, poniendo en duda la fe en la razón ilustrada, la centralidad de lo conceptual en la palabra, la confianza en lo constante e inmutable y el menosprecio al cuerpo, para resaltar el valor de la percepción, la fuerza del movimiento, y el carácter ilusorio y ficcional de lo inmutable, dándole, de este modo, un lugar central a la corporalidad y permitiéndonos pensar en otros modos posibles de racionalidad. Pues, como aduce Grüner (2009), el arte siempre ha marchado en pos de la desarticulación de lo establecido o institucionalizado, y, para nosotras en gran medida este camino es también la búsqueda por construir y producir otros modos de racionalidad, otras fuerzas y decires.
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Ahora bien, más allá de este posicionamiento teórico-filosófico que nos cohesiona como grupo más allá de las disciplinas de las que provenga cada una ¿de qué otros modos nuestras experiencias en relación al arte han influido en nuestras prácticas como antropólogas?
En primer lugar, creemos que nuestras trayectorias por la danza y el canto fueron el disparador que despertó nuestra curiosidad y nuestro deseo de abordar, desde la antropología, objetos de estudio tales como el cuerpo, la voz y la danza, que son temas relativamente nuevos o que aún se están legitimando como áreas de estudio dignas de interés dentro de las ciencias sociales. El cuerpo, por ejemplo, fue considerado hasta hace pocas décadas como un objeto de estudio perteneciente de manera casi exclusiva al dominio de la biología; recién a partir de las décadas del `70 y `80 comienza a ser reconocido como una construcción sociocultural y a instalarse como objeto de estudio dentro del campo de las ciencias sociales. La danza, por su parte, si bien ha sido estudiada, en algunos casos, por la antropología tradicional como un elemento más dentro de las culturas que se describían, ha sido un tema escasamente abordado y valorizado tanto desde las ciencias sociales como desde la filosofía. Por otra parte, mientras los primeros estudios antropológicos estuvieron dedicados casi exclusivamente a las danzas de “otras” sociedades, las producciones teóricas realizadas dentro del campo de la danza, tendieron a ocuparse casi exclusivamente de estudios sobre coreógrafos, bailarines y repertorios. Recién partir de los años `90 comienza a producirse un reconocimiento cada vez mayor de la relevancia de la danza como práctica social, al mismo tiempo que desde el campo de la danza se ha puesto más atención a los aportes de la antropología, dando lugar a estudios enfocados en el rol que cumplen, en la producción de la danza, los factores culturales. En lo que respecta al estudio de la voz, y a pesar de que el campo de la antropología del cuerpo se construyó a partir de una visión crítica al binarismo mente-cuerpo, en torno a la voz, pareciera permanecer cierta visión dualista. La voz suele ser entendida como algo separado del cuerpo, o simplemente ignorada como algo propio de lo corporal. Por ser vehículo fonémico de lenguaje, por su dimensión significante, simbólica o estética, la voz ha sido analizada bajo la lupa de semiólogos, filósofos y psicoanalistas, viéndola en general como un objeto analítico abstracto (Derrida, 1985). Nos interesa pensar a la voz como un nodo de articulación mente/cuerpo/lenguaje/pensamiento, y al canto como campo privilegiado para el análisis de la corporalidad, en tanto práctica (Magri, 2009).
La gran mayoría de los estudios antropológicos sobre la danza, el cuerpo, (y los pocos trabajos sobre la voz), han sido realizados por mujeres que en su mayoría, además de antropólogas fueron o son bailarinas (en el caso de la voz, por cantantes, performers, o cantantes-bailarinas). Esto es particularmente notable entre las pioneras de la antropología de la danza, pero aún hoy, en un momento en el que este campo de estudios se encuentra ya más delineado, es frecuente que quienes nos encontramos en jornadas, congresos u otras reuniones, presentando trabajos acerca del cuerpo en la danza, o de la voz en relación al cuerpo y al movimiento, seamos, a la vez que investigadores, participes del campo que estudiamos.
En segundo lugar, creemos que nuestras trayectorias en relación al arte, impulsan en nosotras la búsqueda de nuevos caminos metodológicos en los que la experiencia y la investigación no se
encuentren divorciadas y donde la subjetividad y la corporalidad del investigador sean herramientas fundamentales a la hora de investigar.
El tema de la subjetividad ha estado presente en los debates metodológicos desde los orígenes
de la antropología. Desde estos primeros momentos, se ha tematizado acerca de la inevitable huella
personal que deja el investigador en el conocimiento que produce y durante mucho tiempo, el sesgo inevitable de la subjetividad del investigador en su obra fue visto como un problema, como algo que debía ser borrado o controlado en pos de una mayor objetividad. A partir de los años `70, en consonancia con el debilitamiento del paradigma científico positivista, surge la pregunta acerca de si la tan aclamada objetividad es posible y aún deseable. Ésto posibilita una valoración positiva de la subjetividad y las emociones del investigador, que dejarán de ser una mancha, algo que contamina para convertirse en un material que aporta a la investigación y la enriquece, llegando a ser además de algo necesario y deseable, lo único posible.
El primer acuerdo metodológico que tuvimos como grupo fue en relación a este punto. Lejos de intentar mantener distancia o dejarlas de lado, nuestras experiencias, nuestras emociones, nuestras subjetividades serían el punto de partida desde el cual nos acercaríamos a cualquier fenómeno que nos propusiéramos estudiar. En este sentido, y dado que en todos los casos nos estábamos proponiendo abordar prácticas sociales de las cuales formábamos parte, nos sentimos fuertemente identificadas con una propuesta de abordaje denominada “autoetnografía”: una estrategia subjetivista, interpretativa y comprensivista, basada en la premisa de que el único modo posible de comprender los fenómenos humanos es ponerlos en relación con la propia experiencia vital del investigador.
Con respecto al lugar del cuerpo en la investigación adherimos a la propuesta de Nick Crossley, quien tras reconocer que todo conocimiento del mundo y de uno mismo tiene una implicación corporal, propone dar un lugar central al cuerpo actuante del investigador o la investigadora. Partiendo de que el cuerpo no es sólo algo sobre lo que se actúa sino que también es sujeto productor de acción, Crossley propone que las ciencias sociales no se detengan en el estudio del cuerpo, sino que avancen hacia la inclusión de estudios desde el cuerpo; es decir, que el cuerpo no sólo sea sujeto objeto de investigación, sino herramienta y sujeto de conocimiento. Creemos que las sensaciones y vivencias corporales que pueden ocurrir al poner el cuerpo en la práctica que nos proponemos estudiar son una fuente de información que se puede volver crucial para comprender las sensaciones, vivencias y experiencias de otros sujetos que realizan dicha práctica y serán nuestros interlocutores en otros momentos de la investigación.
De este modo, creemos que nuestras trayectorias por el arte han influido en dos sentidos fundamentales en nuestro camino como antropólogas: en primer lugar, volviendo visibles nuevos temas, y formas de problematizarlos, despertando intereses y búsquedas que, de otro modo, tal vez no hubiéramos realizado; y, en segundo lugar, explorando nuevos caminos metodológicos, algunos de ellos, relativamente heterodoxos aún para las metodologías menos conservadoras dentro de las ciencias sociales; caminos que no sólo nos permitieran abordar esos temas que deseábamos estudiar sino que, fundamentalmente, nos permitieran hacerlo del único modo en el que para nosotras tiene sentido, es decir, involucrando nuestras emociones, sensaciones, deseos y afectos en cada momento del proceso de investigar.
En este tiempo además de reflexionar sobre el cuerpo, la voz y el arte desde la antropología, sentimos la necesidad de investigar desde el cuerpo y la voz, para poder empezar a performatizar esta búsqueda, generando un espacio para esta exploración.
* * *
Nuestra intención de construir puentes que vinculen el arte y las ciencias, en particular la antropología, no tiene como finalidad la traducción de un lenguaje al otro, tarea que sería tan imposible como ingenua, sino acercar ambos mundos, buscando generar un diálogo entre ellos. Cada lenguaje tiene sus características propias, su especificidad, que lo hace intraducible e irreductible a otro, y en ello radica justamente su valor. Si pretendiéramos transformar el discurso científico en discurso o hecho artístico, o a la inversa, traducir la experiencia artística en discurso científico, inevitablemente perderíamos lo propio de cada lenguaje, lo que cada uno tiene como aporte original y propio. No es esa nuestra intención. Nos interesa vincular el arte y la antropología de modo tal que se interpelen mutuamente. No para traducirse, sino para generar una apertura, en tanto las nuevas preguntas que una puede hacerle a la otra vayan corriendo sus límites y redefiniendo sus fronteras.
La pregunta inicial que como grupo le hicimos a la antropología, la pregunta por el cuerpo, cuerpo-voz, se nos hizo visible a raíz de nuestra experiencia en el arte, y en particular en las artes del movimiento y el canto, donde el cuerpo tiene una importancia primordial, y es habitual su tematización. Pero a su vez, las respuestas que fuimos encontrando en la antropología para esta pregunta originaria, nos llevaron a redefinir la forma de pensar/experienciar nuestros cuerpos en la danza y el canto y a deconstruir los marcos de referencia con los cuales veníamos trabajando.
Finalmente, creemos que hay otra manera en el que el arte se hace presente en nuestra forma de hacer antropología y es en los modos en los que pensamos y usamos el lenguaje. Se nos aparece como utopía un lenguaje que pueda decir más allá de lo conceptual, celebrando su potencia poiética para, en palabras de Artaud “...emplearlo de modo nuevo, excepcional y desacostumbrado, es devolverle la capacidad de producir un estremecimiento físico, es dividirlo y distribuirlo activamente en el espacio, es usar las entonaciones de una manera absolutamente concreta y restituirles el poder de desgarrar y de manifestar realmente algo, es volverse contra el lenguaje y sus fuentes bajamente utilitarias, contra sus orígenes de bestia acosada es, en fin, considerar al lenguaje como forma de encantamiento.” (2005)

Referencias bibliográficas
• Artaud, Antonine (2005) El teatro y su doble. Buenos Aires, Editorial Sudamericana
• Bowie, Andrew (1990) Estética y subjetividad. La filosofía alemana de Kant a Nietzche y la teoría estética actual. Madrid: Visor
• Crossley, Nick (1995) .Merleau-Ponty, the Elusive Body and Carnal Sociology. Body & Society 1; 43. London: Sage.
• del Mármol, Mariana; Pagano, Natalia M.; Sáez, Mariana “Sobre el aporte de la Antropología del Cuerpo a las Ciencias Sociales” (2009). Ponencia en 10o Jornadas Rosarinas de Antropología Social. Universidad Nacional de Rosario. Noviembre de 2009.
• del Mármol, Mariana; Gelené, Nahil; Magri, Gisela; Marelli, Karina; Sáez, Mariana (2008)
“Entramados convergentes: cuerpo, experiencia, reflexividad e investigación”. Ponencia en V Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata.
• Derrida, Jacques (1985) La voz y el fenómeno. Introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl. Valencia: Pre - Textos
• Feliu, Joel (2007) —Nuevas formas literarias para las ciencias sociales: el caso de la autoetnografía“. En: Athenea Digital œ núm. 12: 162-271.
• Magri, Gisela (2009) “La voz a la escena. Reflexiones acerca de la voz como tema de la antropología del cuerpo. Ponencia en 10o Jornadas Rosarinas de Antropología Social. Universidad Nacional de Rosario.
• Varela, Gustavo (2008) La filosofía y su doble. Nietzsche y la música. Libros del Zorzal.
• Wacquant, Loïc (2006) [2000] Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador. Avellaneda: Siglo XXI Editores.

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